ENVIDIA Y CELOS. LA RELACIÓN PSICOTERAPÉUTICA (II)

Llegados a este punto, tratemos de ver qué puede pasar en una relación terapéutica si se ve afectada por la envidia o por los celos.

Daremos por sentado que el terapeuta no sufre dicho mal, pues como apunté con anterioridad, debería estar analizado. Este hecho le da la ventaja de conocer sus faltas y defectos más íntimos, y por supuesto, de haberlos superado.

Pero pongamos por caso que la persona que acude a la consulta es, al margen del problema que le inquiete, una persona afectada de celos o de envidia. En el caso de los celos no habría mayor problema que tratarlos, ver de qué o de quién los tiene. Pienso que no habría dificultades en entablar una buena transferencia, por la misma génesis de los celos. De esta manera, y siempre que el carácter del paciente no estuviera salpicado de otros problemas más graves, o incluso de rasgos envidiosos, se podría alcanzar el estado de confianza mutua y a través de él poder recuperar la seguridad en sí mismo y hacer que los celos desaparecieran. Hemos de tener presente que posiblemente, la transferencia la haría de la persona de la que siente celos. A través del diálogo y de reflexiones, el paciente podrá asimilar el error de sentir celos, más aun cuando llegue a comprender cuál es su origen.

La verdadera complicación la tenderemos si nos topamos con una persona de naturaleza envidiosa. El origen de su mal radica también en la infancia. La envidia se encuentra en el núcleo vivo de lo infantil, en la estructura del aparato psíquico; puede ser elaborada, puede permanecer sin elaborar y reactualizarse en cualquier ocasión, aunque ya hemos visto las diferencias significativas con los celos. Siguiendo a Balint y la Falta Básica, estaríamos en unas condiciones inmejorables para tratarlo y conseguir una regresión benigna: fallo en una relación diádica, falta de afecto, carencia de dicho afecto, correspondido con el encuadre de la terapia también diádico, paciente-terapeuta.

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Pero aquí llega la verdadera diferencia entre los celos y la envidia. Retomo lo dicho anteriormente de que la envidia es un rasgo de la persona, mientras que los celos se deben a un complejo que genera inseguridad en la persona, con lo cual es mucho más difícil de tratar y de erradicar. ¿Qué rasgos caracterizan a la persona envidiosa? Recordemos algunos:

Ataca las relaciones entre pares. Con una persona de estas características no podríamos crear un ambiente estable, bueno, de confianza, necesario para conseguir la mejoría del paciente. Contamos con que el paciente asiste libremente a terapia, porque siente que necesita ayuda. Pero su propia personalidad, su propio carácter le van a impedir el desarrollo normal de dicha terapia, pues en el momento en que se produzca la transferencia, que en este caso sería negativa, llena de tensión y recelo, probablemente percibirá al terapeuta como una persona ignorante, que no le ha dicho nada nuevo, que no sabe solucionar su problema, etc. Permanecerá cerrado, posiblemente cada vez más, y esa falta de fluidez la atribuirá al desconocimiento del terapeuta. Lo que realmente le preocupa al paciente envidioso, es el poder que siente que tiene el terapeuta sobre él, rememorando el que tuvo su madre sobre su alimentación cuando era un bebé, y del mismo modo, envidia dicho poder. La forma que tiene de evitarlo y de combatirlo es negarlo, ignorarlo. Es muy difícil entablar una buena relación con una persona de estas características. Personas que saben todo antes de que se les hable, que no admiten nada que no sea lo que ellos mismos dicen, que son y se sienten el centro del mundo, que hablan utilizando solamente los pronombres “yo, mi, me, conmigo”.

La envidia atenta contra la actividad de conocer, ya que dirige su agresividad hacia el objeto, no hacia el enigma que lo rodea o pesa sobre el objeto. El conocer deja intacto al objeto, la envidia intenta destruirlo. Esta es una consecuencia de lo dicho en el apartado anterior. La primera motivación del paciente envidioso puede ser acudir a la terapia en busca de ayuda. Pero en cuanto aflore su verdadera personalidad, la terapia dejará de tener sentido para él. Es decir, el paciente envidioso decide que necesita terapia y también decide que ya no la necesita. En función de su propio criterio, totalmente subjetivo y dominado por sus rasgos egocéntricos, encontrará la razón para explicar que ya ha encontrado la solución que andaba buscando. De entrada, no le interesa realmente el conocimiento de lo que le está pasando. No tolera que haya una persona que pueda tener ese dominio sobre él. De esta manera, si el terapeuta es pasivo, no interviene y deja que la terapia siga el curso que el paciente desea, todo irá bien pues, como decía unas líneas atrás, habrá encontrado la solución de los males que le afectaban, cuando en realidad ni siquiera se han visto dichos males. Para acceder a ellos hay que llegar un poco más adentro, y la única manera de hacerlo es a través de un trabajo introspectivo en profundidad, y para alcanzar ese nivel el terapeuta debe ser un poco más activo, con lo cual el paciente se encontraría con ese dominio que tan mal le sienta, y que tanto le remueve en su interior. La solución ya la conocemos. Primeramente se cerraría, no consentiría esa naturalidad en la relación, para pasar posteriormente a un ataque frontal contra la figura envidiada, en este caso el terapeuta. Buscará cualquier razón para desvirtuarle, estará más pendiente de encontrar un fallo, un motivo que le reconozca lo equivocado que está el terapeuta y la razón que él mismo tenía al pensar que no tiene ni idea, que es un ignorante, que sólo quiere aprovecharse y sacarle el dinero, etc. Cualquier excusa es buena, todo menos intentar abrirse y ver que, en estas condiciones, es imposible alcanzar ningún estado de recuperación real, ni mucho menos que es el propio paciente quién, con su actitud, está impidiendo dicha recuperación.

Como dijo Balint, la Falta Básica es el ámbito principal en que trabajar, pues se podría dar el mejor ambiente a través de la regresión para llegar al momento puntual donde se produjo el trauma, dado el propio encuadre de la terapia (terapeuta – paciente). Es una relación difícil, pues el paciente regredería al estadio en que ocurrió todo, y la transferencia la haría sobre la madre. El terapeuta sería percibido como la madre, y en un ambiente de terapia normal, se podría encontrar el nuevo comienzo, como una reestructuración de los esquemas distorsionados que afectaban al paciente, como ocurre en el caso de los celos. Pero lo que le podría servir para mejorar es, a la vez, el motivo de su propio mal, con lo cual no podemos acudir a él puesto que cada vez que lo intentemos el resultado será una vuelta al estadio originario. Cada vez que regreda, cada vez que transfiera, se activarán en el paciente los mecanismos de defensa propios de la personalidad envidiosa, se cerrará, atacará, tratará de destruir…. Pueden darse dos alternativas, en función del grado en que esté arraigada la envidia en el paciente. Que abandone la terapia al no reconocer la figura del terapeuta como posible solución si está muy arraigada, o que no lo esté tanto y consienta realizar el trabajo, que vaya dándose cuenta de lo que le pasa, que vaya suavizando su carácter, que se haga más flexible. Si esto ocurriera, el tiempo sería aliado suyo y del terapeuta, pues es una variable importantísima para esa necesaria reestructuración.

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