Tanto sadismo como masoquismo son a su vez afectopatologías. Podemos entenderlos como una tendencia compulsiva hacia la dominación y la sumisión respectivamente.
El sadismo se caracteriza por la tendencia de la persona hacia el sometimiento de los otros hasta el extremo de llegar a reducirlos en verdaderos instrumentos que poder manejar a su antojo. Así mismo tratará de mandar y explotar a los demás, asimilando para sí todo aquello que pudiera ser asimilable, tanto a nivel material como inmaterial. Envidia las cualidades de los otros, que quisiera poseer y de las cuales carece. A la persona sádica le gusta hacer sufrir o ver el sufrimiento en las otras personas. Generalmente este sufrimiento es de tipo psíquico, predominando el acto de humillación en diversas formas como la desacreditación y el menosprecio. Aunque pudiera parecer que el sádico es una persona independiente, ocurre todo lo contrario. Muestra una fuerte dependencia hacia el objeto de su posesión, necesita a la persona que domina de manera imprescindible, ya que sus sentimientos de poder se arraigan en el hecho de que es él quien domina al otro. El sadismo es la “atrofia de la cesión y de la renuncia” (Guerra Cid, 2006, p.193)
Por su parte, el masoquismo está caracterizado por sus formas de inferioridad, impotencia e insignificancia personal. Tienen una fuerte tendencia a disminuirse y hacerse débiles, rehusando el dominio de las cosas de su vida. Aún a pesar de ser conscientes de ello, existe en ellos una fuerza psíquica interior que les impulsa a sentirse inferiores e insignificantes. A diferencia del sadismo, en el masoquismo se observa una dependencia muy marcada respecto al poder exterior. Éste puede provenir no sólo de otras personas, sino también de instituciones de cualquier índole e incluso de la propia naturaleza. Necesitan reconocer ese poder ajeno a ellos. Así, rehúyen constantemente la autoafirmación, sometiéndose continuamente al poder ejercido por instancias exteriores. El masoquista racionaliza su dependencia como amor o lealtad, su sentimiento de inferioridad como una expresión adecuada de defectos realmente existentes en él, y el propio sufrimiento lo asumen como algo debido a circunstancias vitales inmodificables. El masoquismo es pues un “exceso patológico de cesión y renuncia, sobre todo renuncia de sí mismo” (Guerra Cid, 2006, p.159)
Una vez vistas las características de cada impulso, podríamos creer que son totalmente opuestos, pero esto no ocurre así. La realidad es que ambos impulsos forman parte del mismo continuo, están estrechamente ligados el uno al otro. Vistos y entendidos desde un punto de vista práctico, es evidente que el afán de dominio, el hecho simple de dominar es totalmente contrario y opuesto al de ser dependiente o sumiso al dominio de otro. Pero desde un punto de vista psicológico ambos comparten en su etiología la incapacidad de soportar el aislamiento, así como la debilidad del propio yo. Esta necesidad esencial les conduce de forma irrevocable a mantener relaciones simbióticas con otras personas.
Dicha simbiosis se convierte de esta manera en la base común entre ambos impulsos. Debido a la inconsistencia de su yo, tanto el sádico como el masoquista buscan necesariamente la unión con un yo individual de otra persona que le provea de todas las carencias que tiene, que alivie sus propias inseguridades. Recordando lo expuesto anteriormente, en el caso del masoquismo, esta unión se puede dar con otro tipo de poderes externos, no tiene que ser necesariamente otra persona.
Como podemos observar, esta unión simbiótica acarrea perder la integridad de la personalidad, convirtiéndose de esta manera en dependientes recíprocos. Es decir, el sádico necesita al objeto a quien dominar de la misma manera que el masoquista no puede prescindir del suyo. En los dos casos se quebranta la integridad del propio yo.
Llegados a este punto, se hace más comprensible que ambas tendencias se hallen siempre fusionadas. Al principio nos puede parecer que se trata de dos impulsos totalmente diferentes y contrarios, pero en su esencia encontramos que ambos están afincados en una misma necesidad básica. De este modo, una persona no es completamente sádica o masoquista, sino que estaría oscilando constantemente entre lo que podríamos denominar el papel activo (sadismo) y el pasivo (masoquismo), dentro de dicha relación de simbiosis.
Otro rasgo que comparten y que a priori pudiera parecer más propio del sadismo es la hostilidad hacia la otra persona. La diferencia entre uno y otro estriba en la manera de expresarla. Para el sádico, esta hostilidad es por lo general más consciente y directa en tanto que actitudes y conductas que encierran cierto tipo de agresividad en base al dominio que quiere ejercer sobre su objeto. No obstante, esta agresividad no llegaría a la destrucción, pues entonces perdería la razón del propio dominio. En el caso del masoquista, la hostilidad no se manifiesta de manera consciente, y es expresada de manera más sutil, más sibilina, no tan clara y directa como en el caso anterior.
En estas relaciones predomina claramente la dependencia, lo que vulgarmente podríamos llamar “quedar enganchado” del otro. Pero dadas las características de este tipo de impulsos, hago una pequeña reflexión. ¿Es posible que estemos hablando de parejas duraderas? Si en la relación de pareja coinciden una persona con tendencias masoquistas y otra con tendencias sádicas, y puesto que hablamos de una fuerte dependencia y de que ambos se encuentran en un mismo continuo, especulo sobre la posibilidad de que pudieran mantenerse durante mucho tiempo juntas, siempre y cuando no hubiera otras afectopatologías presentes entre ellos. Entiendo que podrían ser, grosso modo, la “pareja perfecta”.
El caso de la relación sado – masoquista suele darse inmersa en otro tipo de afectopatologías, como las relaciones de enganche entre la patología histérica y la obsesiva, el masoquismo del abandónico, el acoso moral y el maltrato físico.
La histeria es más propia de las mujeres y la obsesión de los hombres. En este tipo de relaciones, la agresividad puede ser desmedida, sobre todo a nivel psicológico. En ocasiones, la histérica se mostrará activa (sádica) por sus propias características, haciendo gala de su seducción ante otros hombres delante de su pareja, mandando mensajes que registran cierta ambigüedad con respecto a la intensidad y al tipo de relación que quisiera tener, mostrándose muy cariñosa y segura para después cambiar y parecer indiferente a lo que esté pasando. En este caso, el obsesivo jugaría el papel de masoquista en la relación, pues esta actitud de su pareja le trastorna y llena de dudas, aumentando así sus propios pensamientos obsesivos. En el caso contrario, y siguiendo con el obsesivo, su exceso de control sobre la pareja, la insistencia en que le demuestren interés para sentirse cómodo y querido, le lleva a ejercer un control excesivo y desmesurado sobre su compañera. En este momento, se invierten los roles, pasando a ser el obsesivo el que actúa con tendencias sádicas y la histérica la que ejerce como masoquista.
En la persona abandónica, una de las maneras de expresar su agresividad es a través del masoquismo afectivo. En este caso, se trataría de un “masoquismo primario, forjado en la estructuración de la persona y consolidado por el abandono” (Guerra Cid, 2006, p.197). La manifestación agresiva de este tipo de masoquismo se convierte en el caso del abandónico en un boomerang, se vuelve contra él. Por ejemplo, cuando necesita poner a prueba de manera obsesiva al otro para comprobar que todo está bien; cuando sufre un aumento de angustia o desesperación y trata de responsabilizar de ello a la pareja; o cuando dicha manifestación se produce en modo de fantasías, acompañadas de sentimientos de poca valía, y esto a su vez le lleva a aumentar su desconfianza en los otros por miedo a ser abandonado.
El acosador moral suele coincidir, por regla general, con una personalidad perversa narcisista, y en mayor número son hombres. El lado masoquista estaría ocupado por la pareja del acosador, aunque existen discrepancias al respecto de si realmente son comportamientos masoquistas o no. El dilema se da en lo referente a lo que sucede una vez finalizada una relación de este tipo. Puede darse el caso de que la persona que ha padecido este tipo de vivencia se muestre hostil ante la posibilidad de que vuelva a encontrarse con otra pareja de iguales condiciones. No es capaz de ver que se tratan de casos independientes, y que si se diera la misma situación reiteradamente, el problema no radicaría en lo que pueda ocurrir en su exterior, sino más bien en su propio interior, en la medida en que es la propia persona quien elije con quién quiere iniciar una relación y compartir su intimidad. Repiten de manera compulsiva los mismos patrones afectopatológicos, llegando incluso a perder su propia capacidad de amor y entrega por miedo a volver a ser dañados.
Por último, la parte más perversa y denigrante del sadismo reflejada en el maltrato físico. Podríamos referirnos al perverso narcisista que, en su afán por dominar al otro, sobrepasa los límites del maltrato psicológico y moral e inflige daño físico a su pareja. Ésta puede soportarlo y aguantarlo de manera pasiva, bajo impulsos masoquistas. En este caso podemos hablar de dos tipos de maltratador físico. En primer lugar, hablaríamos del maltratador físico directo, que se correspondería con la definición hecha un poco más arriba, siendo la persona que ocasiona daños físicos a otra de manera clara y abierta, propinándole golpes, palizas, cualquier cosa que le cause una dolencia física claramente. Por otra parte, hablamos de maltratador indirecto par referirnos a aquella persona que, llevando al límite su acoso moral y psicológico sobre la pareja, motiva en ésta un estado de malestar general, de distrés constante y permanente, lo que a la larga se traduce en todo tipo de dolencias físicas, si bien en este caso no han sido motivadas por una acción considerada directa como pueden ser los golpes y las palizas. Es este un tipo de maltrato que en un principio consideraríamos moral, pero que con el tiempo produciría daños físicos en la persona maltratada.