Leyendo el último libro del Profesor Coderch, «Las experiencias terapéuticas en el proceso psicoanalítico», encontré en su página 106 el siguiente texto:
«…esta posibilidad de llegar a sentirse como sujeto que vive la experiencia y, a la vez, como objeto de la propia capacidad de observación es una de las más fundamentales metas (del proceso psicoanalítico), y llegar a adquirir esta capacidad me parece, sin duda, una señal de haber alcanzado un grado de madurez y estabilidad emocional muy significativos. (…) Se trata (en palabras de Coburn) de una dialéctica que exige siempre una función activa, una intencionalidad, y cuando surge en el curso del proceso analítico paciente y terapeuta experimentan una vivencia no fija y estática, sino cambiante que se presenta como una experiencia activa del Self como sujeto y como objeto a la vez, una importante experiencia terapéutica, por tanto».
Me acordé de un paciente que tuve hace unos años y que escribió esta carta transmitiendo cómo se encontraba en ese momento:
«Querido amigo:
Me dirijo a ti para comunicarte una serie de cosas que nunca te dije, a pesar de los años que hemos compartido juntos, y que me atenazan el alma causando un dolor tan profundo en mi ser que, en ocasiones, cuando pienso en ello, siento que algo dentro de mí se desgarra y se rompe hasta el extremo de dudar quién soy en realidad.
He traicionado en repetidas ocasiones tu confianza, haciendo como que me interesaba por lo que decías, por lo que querías expresar realmente, por lo que sentías, cuando en realidad lo que hacía era oír sin escuchar para quitarme el peso que suponías en mi vida de manera rápida y limpia.
Aprovechándome de mi posición ventajosa sobre ti, de la influencia que ejercía sobre tus propias decisiones, te he guiado por caminos de violencia y agresividad, te he colocado en situaciones de riesgo poniendo en peligro tu propia vida. Te he obligado a cometer actos denigrantes, poniéndote al borde de la esquizofrenia y el desfondamiento total de tu persona, y todo para fortalecer la mía propia y así sentirme más importante, respetado y querido, siempre con el condicionamiento de ser algo en esta vida.
Te he obligado a convertirte en un ser vil y desconfiado, enfrentándote a tu verdadera naturaleza, con la excusa de ser más fuerte y valiente, y así sacar mayor rendimiento a la mísera vida que estabas viviendo. Te he condenado a la soledad y al aislamiento, al vacío total de tu ser y de tu alma, haciendo culpables de ello a las personas que te rodeaban, enfrentándote a ellas para no perder ni un grado de tu atención por mí.
Me he dado cuenta de ello después de muchos años, y han tenido que pasar muchas cosas para llegar a este punto. Quisiera que me perdonaras. Todo esto va a cambiar. Soy tu mejor amigo, te quiero y respeto con toda la intensidad de mi pobre alma. Solamente me atormenta la idea de que esta carta te llegue demasiado tarde, y puedas ofrecerme la oportunidad de corregir todo el mal que te he hecho y demostrarte que lo que te digo es verdad, de la única manera que se puede: con los hechos. Hemos pasado muchas cosas juntos, muchos momentos juntos, y ahora nos toca vivir la vida intensamente juntos. Tan juntos que se hará difícil distinguir quién es quién. Te amo. TU VIDA ES TU MAYOR REGALO.»
Y revivo esos momentos, esas sensaciones compartidas con los pacientes a través de la experiencia terapéutica y no puedo dejar de emocionarme. Esta profesión tiene momentos duros y difíciles, pero los buenos, aún siendo los menos, son de una calidad, pureza e intensidad tan grandes que hacen que todo lo demás valga la pena. Gracias a compartir cada uno de estos momentos, siento que soy mejor cada día. Gracias a esas personas anónimas que compartiendo conmigo sus experiencias vitales hacen crecer y mejorar las mías. Para mí, la Psicoterapia es la vida misma.
Un comentario