Mentalización. La conexión entre lo implícito y lo explícito

02. DESARROLLO DE LA MENTALIZACIÓN

¿Cómo se produce este proceso de Mentalización en el ser humano? Se trata de que se genere en nuestra subjetividad una experiencia psicológica que dé sentido a la relación entre el mundo interno y la realidad externa. Fonagy describe tres estadios en los que se produce el desarrollo de lo que da a llamar «realidad psíquica«.  

  1. Modo de la equivalencia psíquica (equivalente). No existe diferencia entre el mundo interno y la realidad externa. Las representaciones mentales no se distinguen de la realidad externa que ellas mismas representan, los estados mentales son experimentados como reales. El bebé no genera la experiencia sino más bien es un objeto al que le ocurre dicha experiencia. P.e. cuando nos tratan mal, es probable sentir que somos malos, y al sentir que somos malos, sabemos que nos van a tratar mal (Wallin).
  2. Modo de simulación (fingido, pretend). Se da una disociación entre el mundo interno y la realidad externa. El niño es capaz de reconocer que ambas experiencias no coinciden, son independientes entre sí, principalmente a través del juego. No obstante, en el juego se produce un investimento afectivo, reflejo de ciertos aspectos de la realidad.
  3. Modo reflexivo (o de la mentalización). En este modo se produce una diferenciación entre el mundo interno y la realidad externa, si bien se tiene la capacidad de conocer su relación. Se integran los dos modos anteriores promoviendo de esta manera el modo reflexivo o de mentalización. Esto se producirá si en el juego el niño es acompañado por un adulto que facilite dicha integración, así como su conexión con la realidad. Si este paso se produce correctamente, adquirimos la capacidad de reflexionar en la manera en que los sentimientos y las fantasías afectan a lo que nos ocurre y a la vez se ven afectados por ello.

Estos modos se suceden de manera secuencial a lo largo del desarrollo del niño. La vida de los bebés y los niños pequeños se ve rodeada de una experiencia subjetiva real. El modo de simulación les produce cierta liberación a través del juego, donde la experiencia subjetiva se disocia de la realidad. A partir de los 4 años de edad, en un estado de desarrollo normal, se produce la integración de estos dos modos anteriores, creándose de esta manera la capacidad de poder sopesar, tanto de manera implícita como explícita, la relación que existe entre el mundo interior y la realidad externa (modo reflexivo o mentalización).

Lo que mueve al niño para que se produzca en él la evolución de los modos de equivalencia y simulación hasta el de la mentalización (reflexivo) es un vínculo de apego intersubjetivo fuerte. Este vínculo le propiciaría la seguridad para conocer tanto la realidad exterior como su mundo interior, aportando al niño la posibilidad de regulación afectiva y de una señal en el juego (marcaje) en presencia de otra mente reflexiva. A modo de espejo, el niño ve reflejada en la mente del adulto una imagen de su propia mente, alcanzando de esta manera la posibilidad de simbolizar, dándose aquí el origen del pensamiento simbólico. El pensamiento simbólico le otorga además la capacidad de regular sus afectos, dado que conforme vaya fortaleciéndose podrá modular y contener sus propias emociones, dejando de esta manera de ser una realidad que se apoderaba de él.

Fonagy et al., (2002) describen varias fallas en la tarea materna de “especularización” (mirroring) de los estados emocionales del bebé. En algunos casos puede ser demasiado exacta o demasiado real, como por ejemplo una madre que responde al miedo de su hijo con su propio miedo, más que con una representación del miedo del bebé. En otros casos, puede que los padres marquen el afecto del infante, pero en una forma no contingente, creando así una falsa representación de la emoción del niño. Por ejemplo, una madre interpreta los llantos de su bebé como manipulaciones y decide responder ignorándolo hasta que el bebé se calle o su llanto exceda el tiempo o el volumen que la madre se autoimpone como límite para acudir y acogerlo.

En tales situaciones, las representaciones del bebé de sus propios estados emocionales se distorsionan y el niño queda con un equivocada representación de sus estado emocional, por ejemplo debo llorar más tiempo del necesario, o debo callarme aunque me duela, o debo esperar que mi madre desee asistirme y no cuando yo lo necesito.

Esto es lo que Winnicott (1971) llamó “falso Self”: una adaptación a los afectos y mentes de los otros que deja al Self sintiéndose vacío y poco real, y al otro como un ser extraño que se internaliza desconectado de la experiencia verdadera del Self (“Self alien” lo llamará Fonagy).

Tales cuidadores no reflexivos y con fallas en la regulación afectan el desarrollo del Self del infante de manera muy profunda, particularmente cuando estas fallas son crónicas y el niño es forzado a internalizar los estados mentales distorsionados como si fueran una parte de sí mismo. Padres abusivos inundan la experiencia emocional de sus hijos con su propia rabia, miedo y angustia. El niño (y sus estados mentales) no es visto como él mismo, sino como una proyección y distorsión de los padres. El niño muchas veces toma el odio y agresión de los padres como propias, como una primitiva forma de identificarse con el agresor. Estas y otras adaptaciones, por patológicas que sean, son una forma de sobrevivir emocionalmente, son adaptaciones que sostienen estas relaciones con sus seres amados y que más tarde serán parte de sus relaciones adultas (Slade).

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