Desde hace unos años parece caracterizar a nuestra sociedad una idea de desolación y de un universo carente de perspectivas, fuertemente arraigado al materialismo, donde se ama más a los objetos y se utiliza más a las personas. Despegadas así de lo interior, variando con el paso del tiempo a la vez que lo hacen las causas políticas y morales, son más las personas que, arrastradas por este desmoronamiento vital, se quejan de estar rotas, vacías, agotadas, y de no poder recobrar su, en otro tiempo, dinamismo vital. Algo que la actual pandemia ha empeorado.
El considerable aumento de los estados ansiosos así como la utilización masiva de fármacos bastaría para justificar el diagnóstico de depresión en muchas personas que, no sabiendo qué hacer con su existencia, se vuelven contra sí mismas. Nuestra sociedad se ha idealizado a sí misma, creyendo que podía construir por sí sola un ideal sin más referencia que su propia imagen y con una fe ciega en la ciencia y en la tecnología (faceta material del ser humano). Por otro lado, pretendiendo liberarse de Dios (faceta espiritual del ser humano), ha generado con frecuencia ideologías alienantes y desoladoras para el hombre.
Nos hemos apegado en exceso a un ideal influenciado por el ideal social y cultural. La dificultad que sentimos para renunciar a nuestro Yo idealizado, provoca una profunda sensación de tristeza, al no coincidir con la realidad que nos rodea y bombardea constantemente. Negarse a construir un ideal de sí mismo distinto, provoca una pérdida total de los puntos de referencia sobre la propia existencia. La falta de ideal propio nos deja abandonados a la autosuficiencia, a un sentimiento de omnipotencia (característica de la inmadurez adolescente e infantil).
En la actualidad, el proceso desolador (a todos los niveles) al que nos vemos sometidos producto de la pandemia, ha agravado los estados depresivos que, como dije, venían aumentando en las últimas décadas, producto de la incoherencia entre el ideal construido (impuesto) a nivel social y el ideal propio (construído) de la persona. La mayor parte de personas que la sufre buscan ayuda en las consultas de atención primaria, si bien no siempre son diagnosticadas ni tratadas de manera apropiada. El hecho de que estas personas no reciban el tratamiento adecuado puede dar lugar a importantes consecuencias negativas, tales como la reducción de su calidad de vida, la cronificación de sus problemas emocionales, el incremento del uso de los servicios de salud (que se ven desbordados constantemente dada la situación sanitaria actual, lo que conlleva a la percepción de un empeoramiento en la calidad del trato) o el aumento del riesgo de suicidio.
Cada vez con mayor frecuencia nos encontramos en consulta con personas que no saben definir bien qué les pasa, y llaman a ese estado suyo depresión, tal vez por lo banalizado que está actualmente dicho término, posiblemente porque no tienen un concepto claro de lo que es, o incluso porque ya han sido diagnosticados con anterioridad por otros profesionales. Aún así, las condiciones sociales derivadas de las circunstancias de vivencia obligatoria a las que se ven sometidas facilitan el desarrollo de este tipo de patologías. Corremos el riesgo de ver incrementado el número de personas que padecen y que necesitan atención, la cual el sistema no puede ofrecer como sería menester, y que no pueden acceder a consulta privada porque otra de las derivas de la situación actual consiste en una fuerte pérdida de capacidad económica. ¿Qué se puede hacer, cómo se atiende a estas personas?
Siendo esto así, podemos decir de esta situación que es una de las peores plagas de nuestra era. Un bucle del que es muy complicado salir y cuyas consecuencias, a nivel individual y social, pueden ser devastadoras. Con frecuencia se tiene la creencia de que quienes la padecen son personas débiles de carácter, también que pueden estar tratando de eludir sus propias responsabilidades. De esta manera, nos encontramos en consulta con personas a las que, con la buena intención de ayudar, los familiares o amigos han hundido más aún por decirles cosas que no correspondería decir a alguien que está pasando por una situación así.